domingo, 21 de octubre de 2007

Relato de pesca

Llegué al atardecer al inmenso espigón exterior del puerto. El recorrido hasta mi punto de pesca fue, como siempre, deprimente. Los residuos que vamos dejando los pescadores en espigones y escolleras va en aumento, latas de bebidas, botellas, cajas de cebo, paquetes de anzuelos, madejas de sedal, bolsas de plástico, increíble, bolsas con basura. No me lo explico, alguien se molesta en meter todos los residuos en una bolsa y luego, deja la bolsa entre las rocas de la escollera.

Al final del espigón, cerca del viejo faro, vislumbré las puntas de varias cañas, por lo que desistí en seguir sorteando rocas y basura. Adecué mis trastos a la orografía del terreno y saqué de mi mochila un paquete de bolsas de basura. Había decidido salirme de la rutina de una jornada de pesca normal, en lugar de recoger basura al final de la jornada, lo haría durante ella.

Un total de diez bolsas llenas en menos de media hora. "Eres un pringao, Ray" me dije, ¿que vas a hacer ahora con todas las bolsas?, tras unas ligeras cábalas pensé que, cargando con todos mis trastos mas las diez bolsas y caminando en un terreno accidentado, el regreso iba a ser árduo, por lo que decidí hacer varios viajes con las bolsas de basura, hasta el contenedor que hay al comienzo del espigón.

Pasado un tiempo, que no me pareció mas de dos horas, terminé con mis idas y venidas y pude por fin, dedicar mi tiempo en pescar, o en intentarlo, que es más correcto. Sentado en mi silla, me encendí el primer cigarrillo de la jornada e hice mi primer lance, el flotador voló unos veinte metros, tocó el agua, se estabilizó y desapareció bajo el agua. Sorprendido, elevé mi caña y note el tirón, ¡había picada!. Pasado un corto período asomó entre aguas una hermosa herrera, la saqué del agua y al desanzuelarla caí en la cuenta.

¡Leches!, ¿y ahora, dónde coño la meto?, había gastado todas las bolsas en recoger la basura y ahora no tenía donde meter las capturas. Con el pez en la mano miré alrededor, intentando encontrar una de las cientos de bolsas que hay desperdigadas, pero no había ninguna. Recordé que en mi mochila quedada una bolsa, la del bocata, así que la use para meter el pez, no sin antes quitarle la vida. Odio ver como los pescadores aumentan el sufrimiento de los animales, metiéndolos vivos y dejando que mueran asfixiados.

Bien entrada la noche, con cuatro hermosos peces en la bolsa, mi estómago reclamó combustible así que, me preparé un "pedazo" de bocadillo de mejillones en escabeche regado con una, tan solo fresca, cervecita. Tras acabar el bocadillo hice intención de encenderme un cigarrillo, pero refrené mi primer impulso y deje, durante un buen rato, que mi sentido del gusto trabajase con los últimos efluvios y aromas de los mejillones, pasado ese efecto postgusto, y no antes, fue cuando me encendí el cigarrillo.

Unas horas, no mas de tres, después, el mar comenzó a hacer de las suyas, se encrespó primero y enrabietó después por lo que tomé la determinación de recoger y marcharme antes de que una ola me empapase. Recogí mis trastos tan rápidamente como me fue posible e instintivamente comencé a recoger la basura generada en mi jornada de pesca, un par de latas de mejillones con sus cajas, un par de cajas de cebo, bolsita de la barra de luz química, la propia barrita de luz química, un par de latas de cerveza, otro par de latas de cerveza :), colillas, y demás residuos que por diminutos no voy a mencionar.

Cuando lo tuve todo reunido, comenzó a llover, la urgencia del momento me hizo pensar rápido. Tan solo tenía una bolsa así que metí la basura junto con los peces y la vaciaría al llegar al contenedor.

Arreció la lluvia y el mar ser torció, por lo que el agua me llegaba desde el cielo y desde tierra, empapado llegué a la altura del contenedor, arrojé la bolsa al más puro estilo Pau Gasol y, ya en terreno llano, corrí tan rápido como mis piernas y mi edad me permitieron.

Empapado hasta la médula, en ese estado fue como llegué a casa. Recuperé el aliento, me despojé de la mojada indumentaria, cogí la mochila y me encaminé a la cocina para limpiar los ¿¿peces??. ¡¡¡La madre que te parió, Ray!!!


sábado, 6 de octubre de 2007

El puto carro de la compra


Hoy, por ser sábado y primero de mes, me ha tocado ir a un hiper-mega-supermercado a hacer la compra, como todo el mundo, o sea, que estaba todo el mundo.

Bien tempranito, pera evitar la hora punta (creía yo), me he presentado en el hiper con la limitada felicidad que representa el hecho de recorrer interminables (y cada vez más estrechos) pasillos entre góndolas repletas de productos.

Los primeros pasos por esos pasillos, están llenos de incertidumbre... ¿"tres por dos" o uno barato?, ¿una caja o con un bote me vale?, "ofertón", "promoción"...
Una vez que entro en la dinámica todo se hace más fácil, de entre todos los productos del mismo género, elijo el que menos acceso tiene, el que menos se ve, es el más barato (COMPROBADO).

Pero, ¡ay amigo!, que tremenda dificultad la de manejar esos carros, cuando comienzan a estar llenos, sortear otros carros se me tercia una ardua tarea. Llevar cuidado de no destrozar los talones de quien va delante, me llena de estres. Tratar de que "el puto carro" vaya lo más recto posible, destroza mis lumbares y retuerce mis riñones.
¡Es que no hay ni un carro que vaya recto!... ¡ni de coña! todos se tuercen a izquierda o derecha.

Tras una hora de atascos, choques y bloqueos, llego a un pasillo en el que no hay nadie, ¡claro!, alimentos para animales y pilas y bombillas, aún así disfruto del momento, reduzco el ritmo y me entretengo en mirar qué se da de comer a los perros y gatos.

Me armo de valor y encauzo mi rumbo hacia el embotellamiento que hay en la sección de lácteos, ¡joder!, de repente la temperatura baja diez grados, sudando que va uno, se le quitan las ganas de coger los yogures bio-mega-buenos para el colesterol que te dejan los "tringuinglinguis" esos como una rosa.

Otro pasillo vacío, ¡claro!, el de los jamones. ¡Aquí me paro un rato!, me digo. El aroma me inunda e inflama mi pituitaria, los miro de reojo y me despido de ellos hasta Navidades que es cuando toca. En este corto momento de relajación, rodeado de mis amigos los jamones, me quedo observando al resto de sufridores, sus caras me lo dicen todo. El agobio reflejado en sus rostros me sirven de espejo, con lo que me lleva al conformismo al pensar que no soy el único que está pasando este trance.

Reinicio mi recorrido y dirijo, ¡que más quisiera yo!, el carro me dirige pues he desistido en mi intento de llevarlo recto, así que ÉL me lleva a la sección de congelados, otro bajón de temperatura mayor que el de lácteos, nos quieren matar de pulmonía crónica a pesar de que nos dejamos los cuartos en su establecimiento.

Casi estoy en el final de mi periplo, después de dejar en el carro un paquete de café, levanto mi vista y me encuentro con un monumental atasco en un cruce entre pasillos, hago intento de cruzar y ¡lo inevitable!,choca con mi carro un señor con la cara desencajada que empuja, no uno, dos carros siguiendo los pasos, a duras penas, de su amada esposa, que va arrollando a diestro y siniestro, con mirada ida, en dirección a un pallet casi vacío de latas de espárragos en oferta.
El pobre señor, recompone su figura me mira desconsolado, me pide disculpas y sigue su camino tras ella.

Repaso la lista de la compra, y veo con felicidad que está todo, me encamino a otro suplicio, las colas de las cajas. He pasado por el infierno de pasillos y cruces, he vigilado por la integridad de talones ajenos, me he enfrentado al gélido mundo de los lácteos y congelados, mi carro se ha apoderado de mi voluntad y ¡ahora! me enfrento a una interminable fila de carros por delante de mi, son las dos, llevo desde las once y me quedan, al menos, tres cuartos de hora hasta que me toque. ¡Esto no es venir a hacer la compra del mes, es un verdadero suplicio!

Al final la conclusión es la de la nevera llena, pero a costa de:
Región lumbar destrozada.
Riñones doloridos.
Tres talones ajenos enrojecidos.
Seis colisiones múltiples.
Diez futuras sesiones en psicoanalista.
Un pastón que ha dejado de ser mio y...
Un puto carro de la compra que ha vencido mi voluntad. (Esto es lo que más me duele).



Trabajando en el mar

Nunca me lo había pasado tan bien, ni había disfrutado tanto en el trabajo.

La pasada semana, el equipo de trabajo, nos fuimos a la maltratada costa alicantina. Las jornadas de trabajo fueron duras y largas, muy largas, pero he de decir que me lo pasé pipa. Pude disfrutar del mar y de la mar. Navegar en velero, neumática, fuera borda, motos acuáticas. No pude pescar (que es lo mio) por falta de tiempo.

Nunca me había reído tanto como el día en el que nos encontrábamos en el velero unas 30 (treinta) personas, lo del camarote de los hermanos Marx lo he vivido personalmente, mejor dicho, me río yo de lo del camarote de los hermanos Marx. En un momento dado, teníamos de dejar la cubierta del barco completamente despejada, así que... todos abajo, ¡jajaja! me parto cada vez que me acuerdo.

Al menos 25 (veinticinco) personas en el habitáculo, llamado salón, del interior del velero. Si a la multitud le sumamos que el mar estaba un poco rizado y que ya llevábamos una 10 (diez) horas en el barco, las caras de la mayoría se tornaron de un verde aceitunado en unos y de un níveo blanco en otros.


No son maneras

Me declaro, de fe y convicción, acérrimo republicano. Siempre he pensado que el Jefe del Estado debe pasar por las urnas y "rendir cuentas al pueblo".
La monarquía parlamentaria, que todos elegimos democráticamente, fue la única opción que tuvimos ante la dictadura. O por lo menos eso es lo que se nos dio a entender.

Tras esta mi declaración, vengo a expresar mi más enérgica repulsa a los actos ocurridos hace unos días, con la quema de imágenes de Juan Carlos I. No son maneras, ni muchísimo menos, las de usar la violencia para expresar las ideas de un colectivo.

El rey, en su momento, hizo mucho por salvaguardar la democracia española. Su papel en la transición fue primordial, indispensable. Esto no quita que tenga detractores, pero estimo que siempre se han de utilizar métodos democráticos, cívicos, los que debemos emplear para expresar nuestras creencias, pensamientos y actos.