Hay una delgada línea entre pescar y hacer el imbécil en la orilla de un río o del mar
sábado, 6 de octubre de 2007
El puto carro de la compra
Hoy, por ser sábado y primero de mes, me ha tocado ir a un hiper-mega-supermercado a hacer la compra, como todo el mundo, o sea, que estaba todo el mundo.
Bien tempranito, pera evitar la hora punta (creía yo), me he presentado en el hiper con la limitada felicidad que representa el hecho de recorrer interminables (y cada vez más estrechos) pasillos entre góndolas repletas de productos.
Los primeros pasos por esos pasillos, están llenos de incertidumbre... ¿"tres por dos" o uno barato?, ¿una caja o con un bote me vale?, "ofertón", "promoción"...
Una vez que entro en la dinámica todo se hace más fácil, de entre todos los productos del mismo género, elijo el que menos acceso tiene, el que menos se ve, es el más barato (COMPROBADO).
Pero, ¡ay amigo!, que tremenda dificultad la de manejar esos carros, cuando comienzan a estar llenos, sortear otros carros se me tercia una ardua tarea. Llevar cuidado de no destrozar los talones de quien va delante, me llena de estres. Tratar de que "el puto carro" vaya lo más recto posible, destroza mis lumbares y retuerce mis riñones.
¡Es que no hay ni un carro que vaya recto!... ¡ni de coña! todos se tuercen a izquierda o derecha.
Tras una hora de atascos, choques y bloqueos, llego a un pasillo en el que no hay nadie, ¡claro!, alimentos para animales y pilas y bombillas, aún así disfruto del momento, reduzco el ritmo y me entretengo en mirar qué se da de comer a los perros y gatos.
Me armo de valor y encauzo mi rumbo hacia el embotellamiento que hay en la sección de lácteos, ¡joder!, de repente la temperatura baja diez grados, sudando que va uno, se le quitan las ganas de coger los yogures bio-mega-buenos para el colesterol que te dejan los "tringuinglinguis" esos como una rosa.
Otro pasillo vacío, ¡claro!, el de los jamones. ¡Aquí me paro un rato!, me digo. El aroma me inunda e inflama mi pituitaria, los miro de reojo y me despido de ellos hasta Navidades que es cuando toca. En este corto momento de relajación, rodeado de mis amigos los jamones, me quedo observando al resto de sufridores, sus caras me lo dicen todo. El agobio reflejado en sus rostros me sirven de espejo, con lo que me lleva al conformismo al pensar que no soy el único que está pasando este trance.
Reinicio mi recorrido y dirijo, ¡que más quisiera yo!, el carro me dirige pues he desistido en mi intento de llevarlo recto, así que ÉL me lleva a la sección de congelados, otro bajón de temperatura mayor que el de lácteos, nos quieren matar de pulmonía crónica a pesar de que nos dejamos los cuartos en su establecimiento.
Casi estoy en el final de mi periplo, después de dejar en el carro un paquete de café, levanto mi vista y me encuentro con un monumental atasco en un cruce entre pasillos, hago intento de cruzar y ¡lo inevitable!,choca con mi carro un señor con la cara desencajada que empuja, no uno, dos carros siguiendo los pasos, a duras penas, de su amada esposa, que va arrollando a diestro y siniestro, con mirada ida, en dirección a un pallet casi vacío de latas de espárragos en oferta.
El pobre señor, recompone su figura me mira desconsolado, me pide disculpas y sigue su camino tras ella.
Repaso la lista de la compra, y veo con felicidad que está todo, me encamino a otro suplicio, las colas de las cajas. He pasado por el infierno de pasillos y cruces, he vigilado por la integridad de talones ajenos, me he enfrentado al gélido mundo de los lácteos y congelados, mi carro se ha apoderado de mi voluntad y ¡ahora! me enfrento a una interminable fila de carros por delante de mi, son las dos, llevo desde las once y me quedan, al menos, tres cuartos de hora hasta que me toque. ¡Esto no es venir a hacer la compra del mes, es un verdadero suplicio!
Al final la conclusión es la de la nevera llena, pero a costa de:
Región lumbar destrozada.
Riñones doloridos.
Tres talones ajenos enrojecidos.
Seis colisiones múltiples.
Diez futuras sesiones en psicoanalista.
Un pastón que ha dejado de ser mio y...
Un puto carro de la compra que ha vencido mi voluntad. (Esto es lo que más me duele).
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Bueno... de repente te has puesto a postear después del periodo de secano y me encontrado con unos cuantos nuevos... por cierto, y hablando de los Supermercados, a mí, los carritos me dan calambre, de verdad, es un martirio...
ResponderEliminarAhí, ahí! Ésa es la clave: él te lleva... adonde quieren los del súper que te lleve, si está todo previsto... Un beso.
ResponderEliminarEs un agobio eso de comprar. A mi también me dan calambre los carritos. Un beso
ResponderEliminarPrecisamente por eso hay que seguir apostando por el pequeño comercio. Sin agobios, sin mogollones, sin carros y con esa mezcla de olores de jamon, bacalao.. en fin, qué te voy a contar.
ResponderEliminarPor cierto, ¿el aumentativo de hiper-mega-supermercado?
Un abrazo.
En efecto. Eso te pasa por ir al hiper en lugar de a la tienda del señor Manolo que en la gloria esté. Que, además, te pilla al lado de casa.
ResponderEliminarEs como si yo me quejo del personal de recepción de la sede del Pp en Génova. Como no voy, no me quejo. ;p
¿Te acuerdas de la lecheria del Sr. Raimundo? ¿Y de los ultramarinos de los hermanos Esteban? ¿Y del qué vendia bacalao y aceite a granel qué ahora no recuerdo su nombre?
ResponderEliminarMax y Lula:
ResponderEliminarEl trabajo no me ha dado mucho tiempo libre, ya me gustaría publicar entradas más a menudo.
Saludos cordiales
Raquel:
Tengo entendido que, en su momento, se prohibió el truquito de los carros.
Besos cordiales
Ana:
Si no fuese porque luego está todo riquísimo, sería más agobio aún eso de ir a la compra.
Besos cordiales
David, Pcbcarp:
Lleváis toda la razón del mundo.
Saludos a ambos.
Capazorros:
Y de la tienda del Sr. Fuentes, ¡que chocolate!, el de La Campana, de El Gorriaga, y los sobrecitos de Toddy, y la lechería con sus vacas incluidas, y el puesto Chiki, aquello si que eran gominolas, y los sacis y las pastillas de leche de burra. Y los cines Chiki, Astoria, Albarrán, Lisboa y Estremadura. Ahora no hay mas que bancos
Saludos cordiales, Mister Leroy Merlin
Juas!!!!!! prefiero el mercado, sin carro! ajajajjajaaj
ResponderEliminarBesossss
Eso, el de la tienda de bacalao era el Sr. Fuentes.
ResponderEliminarPor fin vuelves hermano. Un abrazo muy fuerte y no te olvides del Sr. Uceda, que no lo veo en las listas :P
ResponderEliminarPues sí, Ray, ir a la compra es una tortura.
ResponderEliminarY no te olvides de la última parte... llegar a casa, descargar todo el cargamento y guardarlo. :/
Un beso!
Una verdad tras otra Ray :) Yo tengo comprobado que da igual la hora a la que vayas a una de estas grandes superficies, siempre estarán llenas. A no ser claro que vayas un día de diario a una hora en la que supuestamente la mayoría de la gente está trabajando, y aún así éso no es garantía de que vaya a haber poca gente...
ResponderEliminarUn saludo a tod@s.